Años sesenta, un atardecer inundado por tonos dorados que bañan las ruinas de Roma, chico y chica, enamorados y atractivos, a lomos de una Vespa de suaves curvas e imponentes colores. O, en una tarde primaveral de Londres, un joven impecablemente vestido, flequillo liso y bigote estiloso, pasea en su Vespa roja por Carnaby Street mientras las canciones de The Beatles resuenan sobre el asfalto mojado. Concesionarios especializados en la facturación de las marcas clásicas Vespa, Piaggio, Aprilia y Gilera, no solo venden motocicletas: venden sueños capturados en pedazos de celuloide.